Desde una camilla en la Unidad de Cuidados Intensivos del hospital Ney Arias Lora, apenas audible y conectada a diversos equipos médicos, se le oía preguntar con voz débil: “¿Dónde están mis hijas? ¿Mis niñas están bien?”. Durante un periodo de 46 días, Alba María Altagracia Montero Rojas soportó heridas graves y una recuperación incierta, pero en ningún momento dejó de expresar su preocupación por sus tres pequeñas. Cada vez que despertaba, su voz se convertía en un reflejo persistente de amor y fortaleza materna.
La madrugada del 8 de abril marcó un cambio drástico en su vida. Alba, capitana del Ejército de República Dominicana con 34 años de edad, llegó junto a su esposo Randy Montero Rodríguez Cepeda, también capitán, a la discoteca Jet Set para compartir un momento con familiares cercanos.
En esa reunión familiar se encontraban presentes Zoneida Altagracia Cepeda Hernández, madre de Randy; Anneurys Alexander Viñas Rodríguez, su hermano; Licelot Elizabeth Cepeda Hernández, su tía; y la hija de esta, Génesis Lizbeth León Cepeda. Minutos después de llegar al lugar, el techo colapsó repentinamente.
En cuestión de segundos, los seis integrantes de esta familia quedaron atrapados entre los escombros, y ninguno logró salir con vida.
Desde ese instante, Alba comenzó una batalla por su recuperación. Fue llevada de inmediato al hospital Ney Arias, con lesiones múltiples en la pelvis, columna vertebral y ambos brazos, lo que hizo necesarias más de 17 transfusiones de sangre para estabilizarla.
Aunque en ciertos momentos los especialistas notaron ligeras mejorías en su condición física, un severo sangrado pulmonar comprometió su estado de salud. Finalmente, este sábado, dejó de respirar. Con su partida, el número total de víctimas derivadas del incidente ascendió a 236.
Alba no solo era una destacada miembro del Ejército. También fue una mujer que rompió paradigmas. A los 29 años, se convirtió en la primera mujer en liderar un centro penitenciario militar: el Centro de Corrección y Rehabilitación de Salcedo. En 2019, expresó en un video institucional: “Mi misión aquí es que los internos y las internas tengan una mejor vida. No quiero que reincidan”.
Con una trayectoria de 15 años, Alba se graduó de la Academia Militar Batalla de Las Carreras. En su propio testimonio, hablaba de cómo su carrera representó una oportunidad de crecimiento personal. “Vengo de un campo de La Vega… y esta carrera cambió mi vida”, contaba. Su desempeño fue destacado por superiores que la definían como leal, íntegra y dedicada. Su promoción quedó formalizada en la orden general No. 60-2018.
Más allá de su labor militar, también era emprendedora. A través de redes sociales, mostraba con entusiasmo los productos que creaba para niñas, como cintillos, lazos, diademas y otros accesorios. Era un proyecto compartido con sus hijas, quienes colaboraban en su elaboración, aprendiendo de su ejemplo.
La pérdida de Alba y Randy ha dejado a sus tres hijas sin sus padres, una familia marcada por el compromiso, la vocación y los valores. Él estaba en proceso de ser ascendido al rango de mayor y era valorado como un oficial ejemplar y padre dedicado. La historia de ambos fue construida con respeto y entrega.
Sus hijas continúan creciendo sin su presencia física, pero con el recuerdo de quienes fueron: dos servidores públicos ejemplares y dos padres que siempre priorizaron el bienestar de su familia. Hasta sus últimos momentos, Alba preguntó por ellas, reafirmando que sus hijas siempre fueron su mayor preocupación.



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