Yenire Mena, una madre venezolana

hace 2 semanas

Yenire Mena, una madre venezolana

“Yo aquí no me muero”, repetía mentalmente Yenire Mena, una madre venezolana de 33 años que, con fe inquebrantable, sobrevivió al colapso del techo en la discoteca Jet Set aferrándose a un único pensamiento: su hijo de 13 años. La madrugada del 8 de abril, mientras celebraba su cumpleaños entre música y amigos, su vida cambió por completo cuando el techo del emblemático centro nocturno se desplomó, dejando más de 220 víctimas fatales.

Yenire, sola en un país que apenas comenzaba a llamar hogar, se encontraba entre los escombros sin saber si volvería a ver la luz del día. “Pensaba en mi bebé, nosotros estamos solos aquí… ¿quién se va a hacer cargo de él?”, recordó con voz entrecortada desde la cama de un hospital en Santo Domingo. “Esto es una aventura más, como las películas de acción que veía con mi papá. Pero de esta yo salgo”, se decía, aferrándose al recuerdo de las historias de MacGyver que marcaron su infancia.

Durante cinco largas horas, su cuerpo permaneció inmovilizado bajo concreto y hierro retorcido. Sudando intensamente, con heridas abiertas en la cabeza, recitó oraciones una y otra vez mientras se apoyaba sobre lo que luego supo era el cuerpo sin vida de un hombre. “Ese cadáver me ayudó a sobrevivir. Me sostuvo en la posición que necesitaba para respirar”, confesó, evidenciando el dramático límite entre la vida y la tragedia.

Todo comenzó con una señal: un trozo de techo del tamaño de un bizcocho de Pricemart cayó junto a su mesa. Ese fue el aviso que le impulsó a tomar su cartera para irse, pero no tuvo tiempo. En segundos, ya estaba sepultada. Desde ese momento, comenzó su lucha interna por mantenerse consciente, gritando su nombre cada vez que los rescatistas preguntaban por sobrevivientes. “Mi voz fue mi salvación”, aseguró con emoción.

El rescate, realizado por bomberos dominicanos, marcó el inicio de un milagro. “Fueron unas estrellas. Me explicaban todo. Me tranquilizaron. Me salvaron”, dijo mientras expresaba su gratitud con la intención de cocinar arepas para todos ellos. También agradeció con cariño a los médicos y al pueblo dominicano por su trato y apoyo. “No me imagino mejores manos que las de este hospital”, afirmó con firmeza.

A pocos días del incidente, Yenire ya ha logrado levantarse de la cama, caminar hasta el baño y sonreír otra vez. No habla desde el dolor, sino desde la fe. “Esto es un milagro. No puedo correr un maratón todavía, pero después de esto, corro uno”, dijo convencida, iniciando una nueva etapa con la misma fuerza que la sostuvo bajo tierra: la esperanza de volver a abrazar a su hijo.

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